sábado, 20 de mayo de 2017

MI PRIMERA COMUNIÓN. "Los Padres, Primeros Catequistas".

Primera Comunión, última comunión: ésta es la principal preocupación de muchos sacerdotes y catequistas al constatar, a menudo, la poca penetración que tiene la formación catequética en los niños y la poca implicación de los padres en la formación religiosa de sus hijos. En este contexto, las catequesis familiares se ofrecen como la mejor solución no sólo para que los niños continúen en la Iglesia, sino también para que en sus familias se viva un ambiente que asegure, en la medida de lo posible, la amistad con Jesús para toda la vida.


«Se acercan las Primeras Comuniones. Sí, esas celebraciones en las que un grupo de niños viene, en muchos casos disfrazados, a la Eucaristía de la comunidad cristiana. Para bastantes de ellos, es la primera vez que entran en el templo, a no ser que alguna estratagema de los catequistas les obligue a asistir, de vez en cuando, a la Misa dominical. Es un buen momento para reflexionar sobre este aspecto de la Iniciación cristiana, que año tras año hace sufrir a tantos catequistas y a tantos sacerdotes. ¿No habría que replantearse el qué hacemos en estas celebraciones?»: éste es uno de los muchos comentarios que circulan por Internet en estos días en que se celebra la Primera Comunión de muchos niños.



Un sacerdote escribe: «Cada año, tengo la impresión de que todo degenera en algo cada vez con más sentido profano y menos religioso. En la primera tanda, que celebramos el día 2 de mayo, simplemente apunto un comentario de unos padres que asistían a la Eucaristía y que me contaron unos catequistas que estaban a su lado: Éste es el peor momento del día de la Comunión, tener que aguantar el rollo de la Misa».


Si ya es preocupante la poca formación que tienen muchos niños que llegan a la Primera Comunión, más triste es que su primer acercamiento al Señor en este Sacramento no tenga continuidad en los años siguientes, y que en muchas ocasiones ésta sea la última vez que pisan una iglesia. En muchas ocasiones, esta carencia se debe al poco apoyo que la catequesis encuentra en los padres. La siguiente anécdota la refiere un catequista: «El otro día, pregunté a los niños cuántos de ellos iban a Misa los domingos, y sólo dos niños, de 10, levantaron la mano». Es imposible que la chispa de fe que prende las catequesis en los niños aumente en un clima familiar no ya contrario, sino simplemente indiferente al desarrollo religioso de los más pequeños.



Para aliviar esta situación, están apuntando en España algunas iniciativas que pretenden trascender una pastoral meramente sacramental, que apenas logra retener a los niños en la Iglesia, y buscan un proceso de catequesis que incluya también a la familia.

La diócesis de Santander se ha planteado, como objetivo de su pastoral diocesana, difundir la llamada Catequesis familiar, con la que se pretende fomentar el paso de una catequesis «eminentemente centrada en los sacramentos», a una catequesis entendida como «un proceso estable de educación en la fe». Para ello, están desarrollando un proceso catequético infantil según un modelo de catequesis familiar, que implique también a los padres. «Ésta es la única forma de evangelizar a los niños de Primera Comunión»: así de claro se expresa don Juan Cuevas, párroco de San Pedro de Pedreña (Santander), que lleva ya 18 años impartiendo este tipo de catequesis en su parroquia. E insiste: «Lo de las catequesis sólo para niños no tiene sentido; entran en juego los sentimientos, las actitudes, la comunión con la Iglesia…, y si los padres no están ahí, los niños no continúan después».



Por eso, y tras una experiencia en París que le dio a conocer el modo de implicar a los padres en la formación religiosa de sus hijos -y así evangelizar de alguna manera a los propios padres-, se lanzó a incluir las catequesis familiares en su parroquia. «Al principio me llevé muchos palos -recuerda don Juan-, porque los padres se rebelaban. Me decían que para hacer la Primera Comunión no hacían falta los padres; pero, poco a poco, les fui convenciendo. Ellos deben concienciarse que tienen que mojarse. Luego vieron que disfrutaban todos, padres e hijos, con las catequesis. Y muchos padres han ido invitando luego a otros padres. Y algunos padres que estaban lejos…, vuelven a la Iglesia, y se crea un clima de amistad y de comunicación con la Iglesia que es muy fuerte». 

Sin los padres, imposible

Se trata de evangelizar a toda la familia, aprovechando la ocasión de la Primera Comunión de los niños. A tiempo y a destiempo. Para ello, no se ahorra esfuerzos: «Yo tengo con los padres una entrevista personal -explica don Juan-; es importantísimo conocer a la familia del niño y ver cómo respiran. Les explico que las catequesis no son para hacer la Primera Comunión, sino para hacer la Iniciación cristiana. Y les pido que, si quieren que sus hijos se inicien en la fe, ellos deben participar activamente e involucrarse. En mi parroquia, sólo hay este camino».


En la parroquia de San Pedro de Pedreña, los padres y los hijos tienen una catequesis conjunta una vez al mes. «Todos trabajan en casa con una hoja que les damos ­-cuenta don Juan-. Aparte de los catecismos oficiales, les doy otra hojita con pistas para la catequesis, y luego en la parroquia la ponemos en común, y después hacemos un balance de cada tema. Las reuniones las comenzamos todos juntos; luego los niños van a jugar y me quedo con los padres una m
edia hora. Allí hablamos del tema de ese día y con preguntas de fondo, y también de cómo va su fe, qué imagen de Dios tenemos, etc., y con todo ello tratamos de conectarlos a todos con la Eucaristía».


Las catequesis familiares no se limitan a la formación de los niños, ni terminan su itinerario con la Primera Comunión, sino que van más allá, al demandar en su recorrido la presencia y colaboración de los padres. Al final, en esta parroquia cántabra, las catequesis familiares hacen posible que a las catequesis de postcomunión se apunten cerca del 70% de las familias que ya acabaron las catequesis de comunión. Es decir, de cada diez familias cuyos hijos hacen la Primera Comunión este año, alrededor de siete continuarán el año que viene en postcomunión: los hijos…, y también los padres.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Comentario al Evangelio del domingo, 21 de mayo de 2017. El Espíritu Santo

Queridos hermanos:
Se anuncia en este domingo, que no se nos dejará desamparados. Tendremos un Defensor, el Espíritu de la verdad, que vive con nosotros y está con nosotros. “Dentro de poco (la Ascensión es el domingo que viene) el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo”. Bueno, parece que va tocando a su fin la Pascua, pero Él sigue presente entre nosotros, por medio del Espíritu que es el que recrea la comunidad, Él realiza la comunicación entre Jesús y nosotros en el amor.
Quien guía, orienta y desarrolla la comunidad, es el Espíritu de Cristo resucitado: Espíritu de fuerza, de verdad de unión y de amor. Si la Pascua es el nacimiento de la comunidad, es el Espíritu el que le da plenitud y madurez. Queda claro en la primera lectura de los Hechos, Felipe ha llenado de alegría la ciudad de Samaría con la Palabra de Dios, por eso, se envía a Pedro y a Juan: “Ellos bajaron hasta allí y oraron sobre los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, pues estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo”.
Ser cristiano es algo más que estar bautizado, es algo más que cumplir unos preceptos, como asistir hoy domingo a la eucaristía, vivir en el Espíritu, es dar a este momento el valor de un encuentro con los hermanos y de compromiso con todos, especialmente los más necesitados. Vivir en el Espíritu no es sólo atender con una limosna a los pobres, es entregarnos con todo lo que tenemos, para que haya justicia en el mundo. Podríamos seguir enumerando los dones que nos hacen avanzar o como dice San Pedro en la segunda lectura: “Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere”.
Pero este Defensor, de qué nos defiende, parece ser, que primeramente de nuestras contrariedades e incoherencias, de no acabar de entender el significado del Evangelio y el Reino. Del miedo que muchas veces nos domina y nos hace estar encerrados, como al principio los apóstoles, en nuestras iglesias o templos apartándonos del mundo. De no ser capaces de dar razón de nuestra esperanza y ser evangelizadores, pensando que nos persiguen, que están contra nosotros y que todo son dificultades. Él nos enseña a abrir caminos, a no confiar en nosotros mismos, ni en el poder de nuestras instituciones. Los recelos, las calumnias, las difamaciones, el desprestigio, las malas intenciones y manipulaciones en los medios y muchas otras cosas, no pueden llevarnos a verlo todo negativo. Todo lo contrario, la solución es dar más espacio al Espíritu.
El Espíritu de la comunidad cristiana, es lo que nos distingue de cualquier otra organización, es la vivencia generosa del amor fraterno y el servicio a los hermanos. Lo que nos hace salir en búsqueda de los no creyentes, pues en ellos también obra su presencia, el que nos hace perdonar, acabar con toda discriminación y luchar por la justicia (justicia y acción del Espíritu van unidos). Porque nos hace ver y comprender lo que otros no ven, descubrir lo que hay más allá de una realidad, que parece imponerse y que no se puede transformar.
Si lo acogemos en el silencio y la oración, nos hará vernos a nosotros mismos de otra manera, pero sobre todo a través del discernimiento, despertará a la Iglesia a la primavera de la Pascua. Sin Espíritu no se puede entender la vida comunitaria, ¿no radicarán aquí muchos de nuestros problemas?, ya nos decía San Pablo: “No extingáis el Espíritu”. El asunto es, la importancia que damos a la ley, la tradición y las normas, en contra de discernir en nuestras asambleas comunitarias, lo que el Espíritu nos pide en cada situación histórica.